¿Debe ser el Estado Moderno una unidad política secular?
El Estado Moderno si debe ser una unidad
política secular, de hecho nace de esta manera y se perfila así como
consecuencia de los grandes conflictos que se produjeron mucho antes que los
teóricos de las ideas de los siglos XVI y XVII escribieran sobre ello. Uno de
los primeros conflictos con trascendencia en este particular fueron las
querellas de las investiduras entre los siglos XI y XII, donde hubo un
enfrentamiento entre el papado y el emperador por los nombramientos de los
prelados eclesiásticos. Este hecho marca una ruptura significativa entre el
poder temporal y el espiritual y minan las ciudades del siglo XII de adeptos al
papa (güelfos) y aquellos que apoyaban al emperador (gibelinos).
De esta manera la iglesia siguió enfrentando
grandes problemas con la autoridad temporal y
aun en su mismo seno como es verídico en el periodo de Aviñón. El
debilitamiento de la iglesia y del Sacro Imperio hicieron que progresivamente
los pequeños reinos empezaran a asumir poderes que no les pertenecían y así se
fueron perfilando, como en el siglo XIII los juristas franceses le denominan: “rex in regno suo est imperator” donde no solo asumían
competencias imperiales sino donde se mermaba progresivamente la fuerza e
influencia de la iglesia en sus territorios.
Con el surgimiento del Estado Moderno
la idea del Estado secular, es decir apartado y diferenciado de lo que es la
iglesia constituía una de las principales características. Muchos fueron los
teóricos que a esto dedicaron parte importante de sus escritos, entre ellos
Nicolás Maquiavelo, Martin Lutero, Jean Bodin, entre otros.
Nicolás
Maquiavelo, la
política para Maquiavelo estaba dada en términos netamente
racionales y precisamente el príncipe debía actuar bajo ciertos parámetros si
pretendía conservar el poder. Maquiavelo se convierte en uno de los principales
defensores de la secularización del Estado; esto no necesariamente le hacían
contrario a la religión ni mucho menos un hereje. Su planteamiento no aceptaba
una noción de poder compartida entre un papa y un príncipe. Para el florentino
la iglesia debía subordinarse al Estado, no debía actuar ni intervenir en sus
decisiones y en cierto modo era visto como una de las grandes razones del debilitamiento
y desunión italiana que se evidenciaba en su época. El Estado no debía
funcionar con procedimientos impuestos por la iglesia sino bajo su propia razón
de ser: lograr obediencia de sus súbditos de la manera que fuera necesaria, sin
discriminar entre lo que debía hacer para lograrlo.
Desde la perspectiva
maquiaveliana el príncipe no podría poseer todas las virtudes necesarias para ser
catalogado como bueno, pero debía poseer las necesarias y entre estas se
encontraba la fe y la religión. Sin embargo advierte que de no tenerla basta
con aparentar poseerlas, lo que a su parecer es significativamente más útil. Para
el autor ser piadoso y bueno no necesariamente es malo pero el príncipe debe
ser capaz de irse al otro extremo siempre que sea necesario para conservar el
poder. Por esta razón Maquiavelo afirma que:
…para conservarse en
el poder, se ve arrastrado a obrar con la fe, la caridad, la humanidad y la
religión. Es preciso, pues, que tenga la inteligencia capaz de adaptarse a
todas las circunstancias, y que, como he dicho antes, no se aparte del bien
mientras pueda, pero que, en caso de necesidad, no titubee en entrar en el mal.
[1]
En este sentido, el príncipe
maquiaveliano debe separarse de la moral cristiana siempre que para mantener el
poder sea necesario. La inteligencia con la será capaz de adaptarse a las
circunstancias se aproxima mucho a la astucia, que no precisamente es una
característica de los cristianos virtuosos. Un príncipe hará lo posible siempre
que pueda con la finalidad de que sus acciones resulten beneficiosas para
conservar el poder. El no titubear para
entrar en el mal significa que no tendrá limitaciones morales basadas en
concepciones cristianas (el no matar, por ejemplo) cuando se trate de conservar
el poder. La religión es así una de las características que deben estar
permanentemente en la boca del príncipe, un instrumento de dominación por excelencia
y también de cohesión social. En este sentido el Estado debía guiarse por su
propia racionalidad, orientada a la conservación del poder y no bajo el esquema
tradicional enmarcado en argumentos morales cristianos.
Los Orsini, una de las casas
nobles mas importantes de Italia constituyen el ejemplo claro de como se ve
amenazada según la visión de Maquiavelo la estabilidad de un reino donde el
poder espiritual empieza a asumir
poderes temporales, que a visión del autor no le pertenecen. Además la
necesidad de contar con un ejército del
propio país y no tribus mercenarias es una de las características vitales para
conservar el poder, y precisamente el estar durante tanto tiempo bajo el
predominio de la iglesia hizo que Italia se debilitara, entregándose más a la
contemplación que a la vida activa de la guerra, causando de esta manera la
dependencia de mercenarios que solo peleaban por el beneficio económico que
podían obtener.
Además debe para Maquiavelo ser
el Estado una unidad secular puesto que como afirma Touchard: “tiene como una
tendencia natural a extenderse; no existe ni moral, ni derecho internacional.
En una jungla donde todo le esta permitido, el único problema consiste en calcular
bien las empresas, en dosificar la fuerza y la astucia”[2]. Esta idea confirma la
importancia de la desvinculación en algunos aspectos de la moral cristiana
cuando se trata de administrar el Estado, ya que la política expansiva no se
vincula mucho a lo que un buen cristiano debe ser.
Martin
Lutero
para este sacerdote alemán era claro que el poder espiritual prevalecía sobre
el temporal, que el gobierno de los hombres estaba subordinado a la voluntad
divina. Sin embargo, asumía que los poderes temporales no podían ser ocupados por los representantes de Dios en la tierra,
ya que los verdaderos cristianos se interesaban por lo espiritual y eran los hombres comunes quienes debían hacerlo en la tierra con
justicia.
Para afianzar su idea de la
separación de poderes temporales y espirituales el autor establece los dos
regímenes: el espiritual que esta bajo la regencia de Cristo y hace a los
cristianos mas piadosos mediante el Espíritu Santo y el secular que obliga a
los no cristianos y a los malos a permanecer en paz aún en contra de su
voluntad, algo que para los cristianos no es necesario porque ellos conocen el
bien que deben hacer, aunque igual deben obedecer la autoridad civil porque
esta viene de Dios.
Esta separación le lleva a plantear su reproche a los papas con
pretensiones de gobiernos en lo secular y sobre los papas y obispos dice;
“…deberían ser obispos y predicar la palabra de Dios”[3]. Critica su abandono a las tareas espirituales
para convertirse en príncipes seculares gobernando con leyes no divinas (sobre
el alma) sino seculares (sobre el cuerpo) a lo que no estan llamados. El orden
secular fue creado por Dios según la concepción Luterana para aquellos que no
son cristianos y no es deber de los siervos de Dios dedicarse a gobernar
palacios, ciudades y países.
Es inconcebible desde la visión
de Lutero un sacerdote como un príncipe, puesto que para Lutero son los más
grandes maliciosos hombres sobre la tierra, de los que nada bueno se puede
esperar estos que gobiernan. De los que se debe desvincular en especial todo lo
referente a la salvación de las almas.
A pesar de esta radicalidad
también se platea que son precisamente los príncipes quienes deben defender e
transmitir la verdadera fe, no como una
contradicción sino como la mejor manera de justificar la subordinación de la
autoridad secular a la eclesiástica. Además, Lutero se convierte en un gran
opositor a la tendencia hacia la modernización de la iglesia y de hecho sus
obras de denuncia en contra de las pretensiones temporales o seculares de la
iglesia hicieron que se convirtiera en el protegido de los príncipes alemanes
de su época.
Para Lutero la autoridad secular
era distinta a la iglesia, se constituían como
esferas separadas; la primera subordinada a la segunda y esta última no
podía interferir directamente en asuntos que le competían directamente a los
seculares. Manifiesta conflictos internos que agudizaba la crisis por la que atravesaba
la iglesia en esa época, que claramente contribuyó a la disminución de su
poder en lo secular y sirviendo estas
tesis (de la autoridad secular) en la reafirmación de la secularización de los
Estados Modernos durante el siglo XVI.
Jean Bodino es quizás uno
de los autores que mas aportes hizo a la consolidación del Estado Moderno como
una unidad política secular con su
concepción de la soberanía. Su argumento toma relevancia cuando se refiere a
las repúblicas como”: …ordenadas por Dios para dar a la república lo que es
público y a cada cual lo que le es propio”[4]. Es decir, que son
permitidas por Dios para administrar lo que es público. Estas repúblicas son el
recto gobierno de varias familias de lo que les es común bajo la obediencia de
un cabeza de familia sugiere que el fundamento de todo tipo de racionalidad
emana de Dios pero es trabajo de los hombres el ponerse de acuerdo para
establecer sus autoridades mundanas.
Esta noción de soberanía de
Bodino se convirtió en la definición por excelencia del modo de ejercicio de
poder de los monarcas de los Estados Modernos. La soberanía como: “…el poder
absoluto y perpetuo de una republica”[5]. Es decir que el soberano
ejerce total poder sobre la republica, no es limitado ni en responsabilidad ni
en tiempo; sustentando así el poder monárquico en la modernidad bajo un
criterio en donde el rey es quien crea,
deroga y dispensa la ley.
El aporte más significativo de
Bodino en este particular es el establecer a Dios como aquel al único que el
príncipe soberano debía dar cuenta, quitando la intermediación del poder
espiritual e invistiendo a los monarcas de un privilegio que antes se reservaba
solo a los sacerdotes: rendir cuenta a Dios y expresar su voluntad a los demás
hombres. De esta forma se establece que los príncipes soberanos se encuentran
sujetos a las leyes divinas y de la naturaleza, entre otras leyes comunes a
todos.
El Príncipe soberano ya no se
sujeta a condicionamientos legales impuestos por sus predecesores o por si
mismo, sino que su poder es mas abarcante. La iglesia no se convierte ni en un
limite ni en una mediadora, al tener contacto directo con Dios la importancia
de la iglesia en términos de mediación van disminuyendo y es el príncipe que
una vez mas gracias a la tesis de Bodino, toma para si grandes poderes y
atribuciones que antes pertenecían al poder espiritual. La concepción de
soberanía de Bodino deja poco espacio para un poder que quiera ser igual al del
príncipe soberano, la iglesia se subordina al príncipe porque es voluntad de
Dios que sea el monarca quien sea
regente de los asuntos en la tierra.
[1]
MAQUIAVELO, Nicolás (1513/1999): El
Príncipe. Buenos Aires, Editado
por el Portal Educativo del Estado Argentino.
Versión Digital. Capitulo XVIII.
[2]
TOUCHARD, Jean (2006): Historia de las
Ideas Políticas. Madrid, Editorial TECNOS.
[3]
LUTERO, Martin: De la Autoridad secular
y en que medida se le debe obediencia.
[4]
BODIN, Jean (1576): Los seis libros de
la República.
[5]
BODIN, Jean (1576): Los seis libros de
la República. Capitulo VIII